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La tecnología en sus distintas formas ha estado presente desde los albores de la humanidad, de distintas maneras, brindando importantes saltos a la sociedad reflejados en un mayor desarrollo económico, social, salud, académico, entre otros. Lo vertiginoso de los cambios evidenciado en mejoras y actualizaciones, lleva a que nos preparemos (y nos anticipemos) más aceleradamente para afianzar la alianza con la tecnología y convertir cualquier potencial amenaza en un aspecto de mejora.

Ahora bien, en lo que respecta al ámbito educativo, los recursos tecnológicos ponen al alcance más y variadas fuentes de información, mejora el proceso de enseñanza y aprendizaje, acerca el mundo real (a través de simuladores) a la práctica, el uso de la inteligencia artificial (IA) y metaverso potencian la enseñanza en el aula en todos los niveles del sistema educativo, y así una variedad de ejemplos; pero, si la tecnología no es adecuadamente usada genera distorsiones en un proceso tan delicado como es la formación del ser humano, por ejemplo, el fraude académico es cada vez más latente.

La irrupción de la inteligencia artificial genera preocupación por las implicaciones del uso equivocado de la misma, por ejemplo, reflejado en el IAgiarismo, que consiste en el uso de textos académicos generados por IA y mostrados como propios, ¿cómo un profesor podría detectar esta mala práctica?, por ello, las instituciones de educación en todos sus niveles, de forma coordinada con las instancias públicas y privadas, deben desarrollar los lincamientos pertinentes para garantizar el buen uso de la inteligencia artificial en el campo educativo. El IAgiarismo, al igual que las otras formas de fraude académico, deben ser igualmente penalizado en las instancias pertinentes de las instituciones, más allá que resulta grave por la dificultad en su detección, lo que debe considerarse que tiene el mismo origen de ilegalidad.

El trabajo coordinado de los actores del sistema y dentro de las instituciones de educación superior ayudará a enfrentar el creciente problema, desde la existencia de reglamentos, identificación oportuna de los casos de fraude, aplicación correcta de sanciones; pero de igual manera, debe reconocerse las buenas prácticas a las cuales deberían brindarse incentivos, como una forma de reducir el fraude, y de esa manera promover la honestidad como norma de vida, que debe direccionar nuestros actos, y que como sociedad la vemos carente en muchos actos que observamos a diario. (O)

Fuente: Tomado de Diario El Universo – Cartas al Editor
Ec. Jorge Calderón Salazar
Rector del Tecnológico Universitario Argos
Analista Económico

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